Buen samaritano entusiasta

Todos conocemos a esa persona, a ese buen samaritano entusiasta, siempre dispuesto a dar una mano. Claramente, su corazón está en el lugar correcto. Nadie duda de eso. Pero, querido lector, a veces, ayudar no es precisamente útil.

Vamos a ponerlo en perspectiva. Imagina que estás en tu cocina, preparando tu especialidad… tu famoso guiso de pollo. Tienes todo bajo control, cada ingrediente, cada especia, cada paso del proceso. Y entonces, tu amigable vecino decide hacer acto de presencia. Ve la escena, se da cuenta del aparente desorden en el que cocinas y piensa: “Vaya, parece que aquí podrían necesitar de mi ayuda”.

Así que se pone manos a la obra. Empieza a pelar papas que no necesitabas, agrega algo de sal cuando ya habías calculado la cantidad precisa, remueve la olla cuando lo que necesitas es que el guiso repose. En su empeño por ayudar, el pobre muchacho se está metiendo donde no debe, y lo que era un proceso sencillo y controlado ahora es un auténtico caos.

Y eso es lo complicado de la ayuda no solicitada. ¿Te das cuenta? Las buenas intenciones no siempre equivalen a buenos resultados. A veces, el simple acto de dejar que alguien haga su trabajo, de confiar en su habilidad, es la mejor ayuda que se le puede dar. No porque no apreciemos el gesto, sino porque cada uno de nosotros tiene su propio ritmo, su propio método. Y a veces, la mejor forma de ayudar es simplemente no meterse donde no te llaman.

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