La idea de que los verdaderos líderes engendran más líderes y no seguidores, es una perspectiva que siempre me ha resultado fascinante. No hay nada más potente, más trascendental, que la habilidad para inspirar a otros a tomar las riendas, a convertirse en capitanes de sus propios navíos, en lugar de perpetuar el rol de marineros en la cubierta del barco.
Piensa, por ejemplo, en la fábrica de Tesla en Fremont, California. Elon Musk, con su visión audaz, pudo haberse contentado con cultivar un rebaño de seguidores, individuos que simplemente ejecutan órdenes y siguen el camino trazado. Pero no, decidió sembrar una cosecha de líderes, hombres y mujeres capaces de tomar decisiones cruciales, de arriesgarse, de cuestionar el statu quo, de innovar. Cada equipo en la planta tiene un líder, y cada líder, a su vez, está equipado para cultivar a los líderes del futuro.
Esto, a su vez, crea un ambiente de auténtico compromiso, de verdadera propiedad, donde cada persona se siente responsable y tiene voz en la dirección de la empresa. No se trata de un juego de seguir al líder, sino de un concierto armónico de líderes que trabajan juntos hacia un objetivo común. Aquí, el líder se transforma en mentor, en facilitador, en fuente de inspiración.
Tener seguidores podría parecer atractivo, podría alimentar el ego, pero, ¿dónde está el verdadero valor, la auténtica contribución? El valor está en cultivar líderes, en dar a otros las herramientas para dirigir sus propias travesías, en abrir la puerta para que ellos también puedan dejar su huella en el mundo. Para mí, eso es la esencia del liderazgo.
