Pasión por el diseño

Artículo incluido en el libro “Cómo vender diseño”, publicado en junio del año 2021, disponible para descarga aquí.

¿Quién no quiere sentir pasión por aquello que ama hacer?


Te gusta diseñar, estudiaste formalmente (o no) diseño, disfrutas plenamente de los momentos en los que desarrollas tu arte (como te gusta llamarlo). Sin embargo, esa sensación de “pasión por el diseño” nunca fue algo verdaderamente presente en tu sentir.

Piensas que “quizás esa pasión es algo que el resto sí siente y a mí no me sucede. A mí me gusta mucho lo que hago, pero pasión en el sentido de la emoción que debería recorrer todo mi ser cuando diseño… eso no me sucede.” 

Yo encuentro que ese tipo de frases como “pasión por el diseño” (o “pasión por emprender”) intentan ser motivadoras, pero no lo son. Creo que en algún punto pueden convertirse en una limitación, si quien debe sentir esa pasión por lo que hace no la siente y siente otra cosa – culpa, por ejemplo – o se obliga a decir que sí lo siente. 

¿Qué es lo que sucede?

Deberías sentir pasión por el diseño, pero cada vez que tratas de transmitir esa energía a cualquier proyecto, encuentras una barrera en el cliente.

Deberías sentir pasión por el diseño, pero no sabes qué hacer para canalizar esa energía porque necesitas que alguien encienda la mecha de esa pasión con un pedido. Y ese pedido no llega, ni sabes cómo hacer para que llegue.

Deberías sentir pasión por el diseño porque así son las cosas. Lo has escuchado y leído tantas veces, que ya ni siquiera piensas si es algo que sabes íntimamente o que te han implantado.

Y entonces, como cada vez que recibes un pedido para llevar adelante la pasión te encuentras con límites, barreras, impedimentos y negativas, evidentemente quien encarna esa barrera se convierte en un enemigo natural.

¿Quién es?

El cliente.

Es muy fácil pensar que el culpable de la falta de desarrollo de la pasión en ti es el cliente. El sentir es casi automático.

Así como en una época de tu vida eran tus padres quienes no te permitían desarrollar muchas actividades que querías emprender, y por ello durante un tiempo – que quizás todavía no terminó – los convertiste en tus enemigos íntimos, hoy esa figura es el cliente.

De esta forma vamos construyendo muchas ideas alrededor de los problemas que vamos percibiendo, encontrando, padeciendo. De esta forma vamos moldeando una fortaleza.

Cada ladrillo que conforma tu fortaleza se convierte en un dogma.

Necesitas certidumbre. Cada idea, un dogma. 

Terminas de construir tu castillo y te mudas a vivir en él.

Ya tienes tu zona de confort. Tu zona de comodidad.

No tienes forma de salir y tampoco quieres, porque cada situación experimentada, cada resultado obtenido es filtrado, examinado y juzgado a través de tus dogmas.

Y como no puedes interpretar los resultados a través de otra mirada, lo refuerzas.

¡Es tan cómodo y tan simple vivir dentro de la zona de confort!

Necesitas explicar lo que sucede y surgen otras ideas que se convierten en nuevos dogmas.

Algunos de ellos se plantean como funciones que el diseñador debe cumplir, como parte de la doctrina profesional.

¿Un ejemplo? Educar a los clientes.

¿Por qué “educar a los clientes”?

Con la intención de que acepten nuestras propuestas para que nos dejen trabajar tranquilos, porque nosotros somos los que sabemos, nosotros somos los profesionales en la materia, en el diseño, que es finalmente lo que el cliente quiere.

“Vendemos diseño y el cliente compra diseño”. Otro dogma.

Una locura, lamentablemente real.

¿Por qué es una locura?

Porque la evidencia apunta exactamente en la dirección contraria.

Los clientes conocen su negocio y sus clientes. No saben de diseño y por eso están hablando contigo, pero no necesitan que modifiques su pedido siendo creativo. Necesitan que traduzcas un pedido verbal en un mensaje gráfico, orientado a su público. Su público, no el tuyo.

La diferencia, a veces, radica en que quieres diseñar teniendo como público – que evaluará tu trabajo – al gremio. A tus colegas. Tu proyecto, para tu público.

Trabajas pensando en tus colegas, no en tu cliente.

Y quien paga es el cliente, no tus colegas.

El diseño es un servicio, no un arte.

Allí radica parte del problema. De tu necesidad de no ser cuestionado.

Esto es una debilidad.

Tu fortaleza como diseñador puede ser la versatilidad con la que trabajas para diferentes audiencias, para públicos muy distintos, construyendo un vínculo de confianza con quien y para quien trabajas: el cliente.

La supuesta pasión por el diseño se convierte en un ancla que debilita tu proyecto profesional en lugar de potenciarlo.     

¿Quiénes y dónde se promueven ese tipo de “mensajes motivadores” como el sentir pasión por el diseño?

Lo sabes, porque participas de esos ámbitos. Y en esos ámbitos, poner en evidencia esto es peligroso, por la presión del gremio.

No quieres ser señalado.

Está muy bien. No hace falta confrontar a nadie.

Quizás debas prestar atención a quienes tienen experiencia de trabajo, quienes saben de qué se trata la profesión, aunque sus mensajes entren en contradicción con lo que habitualmente has escuchado y creído.

Quizás quienes promueven la pasión por el diseño no trabajan como diseñadores.

Te aseguro que no lo hacen de mala fe, pero quizás no comprendan el alcance y las consecuencias de su mensaje.   

Quizás, el cliente no es el enemigo sino el medio para lograr parte de tu pasión.

Quizás debas encontrar la verdadera pasión utilizando al diseño como medio, no como fin.

Quizás debas cuestionar tus dogmas.

Quizás debas evaluar salir de tu zona de confort. 

Quizás.

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