Nos pasamos la vida preguntándonos “¿qué va a pasar?”, como si fuéramos meteorólogos tratando de predecir la tormenta perfecta. Pero la verdad, y no estoy diciendo algo que no sepas, es que nadie lo sabe. Es como si estuviéramos en un barco en medio del océano, sin brújula, sin mapa, con la vastedad del mar ante nosotros y el misterio de lo desconocido a nuestro alrededor. Podemos mirar el cielo y tratar de leer las estrellas, pero al final del día, no podemos predecir con certeza hacia dónde nos lleva la corriente.
Pero aquí está la belleza de todo esto. En lugar de preguntarnos “¿qué va a pasar?”, podemos preguntamos “¿qué hacemos, ya que no sabemos lo que va a pasar?” Esa, querido lector, es una pregunta que realmente puede llevarnos a algún lado. Porque en lugar de mirar el horizonte con temor y ansiedad, nos obliga a mirar nuestras propias manos, a preguntarnos qué podemos hacer, aquí y ahora, para navegar a través de lo desconocido.
Así que podemos dejar de mirar las estrellas y comenzar a mirar el barco. ¿Qué podemos hacer para mantenerlo a flote? ¿Cómo podemos ajustar las velas para captar el viento? ¿Cómo podemos hacer que cada día, cada momento, cuente en medio de la incertidumbre? Porque eso, al final del día, es lo que realmente importa. No se trata de saber lo que va a pasar, sino de cómo vamos a enfrentarlo. Y eso, querido lector, está completamente en nuestras manos.